CONFERENCIA DICTADA POR EL DR. AUGUSTO BIER EN BERLÍN Y PUBLICADA EL 15 DE DICIEMBRE DE 1925 EN “THE HOMEOPATHIC RECORDER”, TRADUCIDA POR LA ASOCIACIÓN DE MÉDICOS HOMEÓPATAS DEL ESTADO DE NUEVO LEÓN Y PUBLICADA EN EL PERIÓDICO “EL PORVENIR” DE LA CIUDAD DE MONTERREY, N.L.
“Mis investigaciones biológicas iniciadas en los primeros años de mi carrera médica y continuadas hasta el día de hoy, estudios que, fundamentalmente relacionados todos entre sí, han establecido en diversos sentidos un acercamiento a la homeopatía. Principiaron, sin embargo de que su base principal fue abandonada, mucho tiempo antes de que le hubiese dedicado el más ligero pensamiento a la homeopatía, es decir, en la época en que compartía yo con la “Escuela Antigua” (alopatía) la opinión de que la homeopatía era una farsa anticientífica impropia para ocupar la atención de un médico alópata (regular physician). Al principio de esta centuria encontré en Greifswald al farmacólogo Hugo Schulz, considerado con justicia como el sostén científico de las enseñanzas de Hahnemann, por la gran mayoría de los médicos homeópatas. Este hombre singular de quién nunca había yo oído hablar hasta entonces me impresionó grandemente tanto como pensador y científico, así como por su propia personalidad. Me enseñó a estimar y conocer ciertos aspectos de la homeopatía y sobre todo a apreciar la gran importancia de la ley de Arndt-Schulz que desde entonces ha sido para mí una fuente rica y segura que me ha ayudado en mis trabajos. Sin embargo, mi verdadera iniciación en la homeopatía no tuvo lugar sino hasta 1920, cuando comencé a estudiar en sus fuentes primordiales cuando aprendí a separar el grano de la paja y fui recompensado con una cosecha de trigo suficientemente grande, que me sentí con ella pagado de mis rudas labores. Entonces me di perfecta cuenta de que si hubiese principiado estos estudios treinta años antes, me hubiese ahorrado muchísimos errores y vacilaciones.
La clave de la homeopatía es la ley de los semejantes (similia similibus curantur); Hahnemann no la limitó de ningún modo a los agentes medicinales, pues incluyó entre los recursos terapéuticos homeopáticos, medio tales como la vacunación pustulosa, el tratamiento de las congeladuras recientes con el frio y de las quemaduras recientes con el calor.
Anteriormente se trataba la inflamación principalmente con el método galénico del contraria contrariis, es decir, combatiendo la hiperemia, el calor, la hinchazón. Yo, por lo contrario, recurriría a los medio físicos para aumentar la inflamación, pues comprendí que ésta era una expresión de la defensa propia del organismo Similia similibus.
Hahnemann demostró de una manera muy clara que para producir la reacción en un organismo enfermo sólo se necesitan dosis muy pequeñas, más pequeñas que en el cuerpo sano, y más todavía probó que en el primero – especialmente en las enfermedades crónicas – la parte afectada del cuerpo reacciona mucho más intensamente que la otra. Desde que yo he expuesto clara y repetidamente este hecho, ha sido aceptado universalmente en el tratamiento por los irritantes. Del mismo modo se ha demostrado por mi ayudante, A Zimmer. que se requiere 250,000 veces más ácido fórmico para provocar síntomas en el estado de salud que en la gota. Esta intensificación de la irritabilidad característica de la enfermedad localizada la llamamos reacción local o de la parte enferma.
Como he dicho anteriormente la cuestión de las dosis no es un punto esencial en homeopatía, aunque sí de gran importancia, especialmente desde el punto de vista de Hugo Schulz, según la ley de Arndt-Schulz la acción de las drogas depende, en primer lugar de la dosificación. Además, todo el que tuviere conocimiento de la homeopatía, aún ligero, y que haya seguido la marcha de la terapéutica medicamentosa de la antigua escuela atentamente, sabe que hay una tendencia inadvertida hacia la dosificación homeopática y no raras veces una práctica inconsciente de la homeopatía Hahnemanniana. (Los homeópatas la han llamado homeopatía involuntaria.) Permitidme, por lo tanto, principiar con un ejemplo práctico que demuestra la eficacia de las dosis pequeñas, en donde las grandes fracasan, y que desde muchos puntos de vista, como explicaré detalladamente, es excepcionalmente instructivo. He escogido como tal ejemplo Sulphur. Antiguamente esta fue una droga muy usada, pero ha perdido cada vez más su reputación entre los alópatas y la usan con rareza. En homeopatía, empero, desempeña un gran papel. Es uno de los llamados policrestos, es decir, un remedio capaz de obrar en las más diversas enfermedades y órganos y por lo tanto usado muy frecuentemente por el médico homeópata.
La acción de Sulphur en la piel es indudable. Lo demuestran las experiencias en el hombre sano así como los envenenamientos crónicos con Sulphur en que dosis altas de la droga tomadas internamente causan abscesos cutáneos, erupciones y furunculosis. De aquí se sigue que cuando tratamos la furunculosis, enfermedad frecuente y rebelde, con pequeñas dosis de Sulphur, práctica recomendada hace tiempo por la homeopatía, hacemos ésta al aplicar la ley de los semejantes. El médico homeópata, Dr. A. Stigele, de Stuttgart, me aconsejó que usara sulphur iodat. 3D. en pastillas, una tres v al día. Hugo Schulz recomendó la tintura de sulph. 20 gotas, 2 v al día. Comparada ésta con la dosificación alopática, es muy pequeña, y en términos homeopáticos una tableta de Stiegele, de 0.1 gm. contiene 1/10 mgms. de Sulphur Iodat. cada una, mientras que, 1cc. de tintura de sulphur representa 3 ½ décimos de un milígramo de sulphur puro. Quiero advertir desde luego que esta dosis dio muy buenos resultados. Estaba yo no obstante, muy ansioso para demostrarlo con un ejemplo comprobable fácilmente, que las dosis “realmente homeopáticas” podrían curar. Por lo tanto usé 6 trituración decimal de sulphur, en pastillas. A pacientes de furunculosis se les dio una tableta de Sulphur Iodat. 6 decimal 3 veces al día, media hora antes de los alimentos es decir, una dosis diaria de casi una decimatercera parte de una milésima de milígramo de iod. de sulph. El tratamiento completo de la forunculosis requiere a lo más 100 tabletas, por consiguiente una curación se obtiene aún en los casos más rebeldes con el uso de 1/100 de milígramos de sulph. Iod. o con menos cantidad. Esta es sin duda una dosis “homeopática” (Las drogas usadas fueron preparadas por Schwabe, de Leipzig. Nosotros usamos más bien tabletas de 0.1 gm. En muchos casos también usamos la 6 trit. dec. en polvo, lo que coja la punta de un cuchillo pequeño, tres veces al día.)
Treinta y cuatro casos de furunculosis fueron todos tratados de esta manera y todos curaron. Entre estos habían varios casos que en tres años recaían constantemente a despecho del tratamiento con la lámpara de quartzo, levadura, arsénico, irritantes, auto-hemoterapia, etc. y que después del tratamiento con sulphur se disipaban rápidamente y no volvían.
Tres casos tratados con la 6ª decimal de sulphur recayeron, pero rápidamente respondieron a la administración de unas pocas dosis de la 3 dec.
Varios casos de acné vulgaris, en su variedad más rebelde el acné indurado y aún el acné rosáceo se curaron igualmente bien.
En varios casos no se obtuvo resultado. En estas condiciones sulphur no obra tan estrictamente como en la furunculosis, no obstante en la gran mayoría de casos en que todos los otros medios han fallado, los resultados fueron muy notables.
Bajo el tratamiento con sulphur nunca vimos que aparecieran nuevos forúnculos ni transición a la furunculosis general.
Naturalmente que no se dio tratamiento local. No es necesario decir que Sulphur no puede curar el carbunco de gran dimensión, en que ha tenido lugar extensa infiltración del tejido conectivo. El mejor procedimiento aquí es la incisión de todo el carbunco o al menos del área infiltrada. En el carbunco incipiente, sin embargo, el tratamiento con sulphur tuvo éxito. La furunculosis es una enfermedad extremadamente rebelde que antes me había desconcertado mucho. He visto casos que solo respondieron después de un cambio de clima, después de durar años, ya continuamente o con cortas remisiones. Se han usado multitud de remedios contra ella, levadura, dieta vegetariana, vacunas, etc., que se han abandonado como inútiles.
Esto viene a demostrar que un remedio interno elegido correctamente y administrado en dosis apropiada en un caso de tipo claramente infeccioso, en que otros remedios son inútiles, dará mejores resultados que cualquiera otros procedimientos, incluyendo especialmente la inmunización, terapia física y quirúrgica.
Una droga no obra por virtud de sus cualidades como materia en estado bruto o crudo, sino como un fermento o un coloide. La eficacia del último no depende de la cantidad que se administra, sino de la finísima división del material empleado – A medida que se eleva el grado de dispersión (superficie de tensión), más poderosos son sus efectos. Justamente a esta finísima división y aumento de la superficie de tensión, es por lo que se le atribuye a Hahnemann haber realizado con sus trituraciones y sucuciones unidas a su genial personalidad y percepción de lo futuro, un adelanto a su época por lo que respecta a la ciencia, nada menos que de 100 años.
Otro principio que es tan repulsivo a los antagonistas de la homeopatía como lo son las dosis mínimas, es el que reza que conforme a una ley universal, un principio o como se quiera llamarle, en efecto, a la ley de los semejantes, el remedio apropiado puede encontrarse prácticamente por el método deductivo. Esto lo consideran como un procedimiento anticientífico. Demostraré con dos ejemplos que es perfectamente posible proceder conforme a la ley de los semejantes y obtener remedios excelentes.
Durante varias décadas he sufrido de fuertes catarros varias veces en el año. La mayoría de las veces principiaban como una coriza que sucesivamente atacaban la faringe y los bronquios; había fiebre moderada inicial y por 2 a 4 semanas estaba yo notablemente incómodo e incapacitado. Mis catarros se debían al cambio brusco que sufría al pasar al aire frío después de estar muchas horas en la atmósfera excesivamente caliente de las salas de operaciones. Usé de los profilácticos de más confianza, baños de aire durante un semestre y habiendo fallado otros procedimientos, probé una droga homeopática desde 1919. (Nota: utilizó primero Iodo “conforme a la ley de los semejantes por la siguiente inferencia: El iodo en grandes dosis produce coriza e inflamación de las membranas mucosas”. Luego mejoró la fórmula usando iodo puro 0.3, yoduro de potasio 3.0 y agua destilada 30.0 con excelentes resultados)
Mucho más convincente es el siguiente ejemplo comprobado en un vasto número de casos, que he conseguido, conforme a la ley de los semejantes, o para expresarme mejor, conforme a la ley Arndt-Schulz, para usar contra una enfermedad peligrosa, un azote de los hospitales quirúrgicos, la llamaba bronquitis post-operatoria y su frecuente secuela, la neumonía. Yo he experimentado todo lo posible sin éxito; particularmente el muy alabado Optochin falló completamente, como se refiere en la Práctica de Cirugía, por Bier, Braun y Kiimmel; y encontré el verdadero remedio, ingenuamente hablando, basado en las siguientes consideraciones: De las influencias dañosas que producen la pulmonía, el éter es la primera; determina una intoxicación, y si se prefiere, una parálisis del pulmón. Ahora bien yo intento estimular el pulmón amenazado o enfermo ya con la misma sustancia en pequeñas dosis. En el trabajo de mi asistente, Dr. Riess, que se publica en esta edición del semanario se ve que esta intención culminó con el más brillante resultado.
Hablando estrictamente este es un remedio isopático. La Isopatía fue fundada en 1833 por el veterinario Lux, de Leipzig. La esencia del método está indicada por el título de su libro: “La Isopatía de las Enfermedades Contagiosas”, o: “Toda enfermedad contagiosa lleva en sí los medios de curar su propio contagio”. La Isopatía fue una consecuencia directa de la homeopatía; fue considerada por su fundador como una simple producción homeopática y por esa razón “fue presentada para el escrutinio de los partidarios de la homeopatía”. En lugar del similia smilibus, Lux colocó el aequalia aequalibus curantur y en lugar de la enfermedad artificial medicamentosa de Hahnemann, la enfermedad natural. Una gota del producto de la enfermedad en cuestión era potentizada treinta veces conforme la regla homeopática y administrada internamente. Contra el ántrax usaba sangre de un enfermo antracoso, contra el muermo la secreción nasal de un animal atacado de esta enfermedad, etc.
La isopatía tuvo una acogida variable en el campo homeopático. Algunos homeópatas la aceptaron con entusiasmo, otros la rechazaron rudamente. Entre estos últimos estaba el mismo Hahnemann, que la criticó muy enérgicamente. Actualmente la gran mayoría la reconoce como un justificado método homeopático, mientras que unos pocos todavía la rechazan. De hecho es difícil comprender la decidida oposición de Hahnemann contra la isopatía, que respira el verdadero espíritu de su obra, que fué una consecuencia de su enseñanza y considerada por el mismo Lux como una forma de homeopatía, especialmente cuando consideramos que Hahnemann se acreditó por la vacuna, considerada como un procedimiento homeopático.
En general el mundo médico consideró la isopatía como el mayor grado de insensatez homeopática. Tal afirmación no puede sostenerse por más tiempo desde que el tratamiento isopático ha sido introducido y científicamente atrincherado por la vacuna antirrábica de Pasteur y la tuberculinoterapia de Koch. La insensatez se ha convertido en una hipótesis previsora y heroica.
Mientras estoy tratando de drogas, yo desearía, de paso, señalar un remedio homeopático físico, el tratamiento de las quemaduras recientes por el calor; éste es un antiguo remedio casero, frecuentemente usado en la medicina antigua, pero olvidado en esta época. Mi experiencia con él ha sido muy buena. Las quemaduras recientes de un miembro fueron sometidas por corto tiempo y por una sola vez a un chorro de aire caliente a la temperatura de 100 grados: El dolor desaparece desde luego, las vesículas se secan y la proliferación del epitelio se realiza rápidamente. Recomiendo este método como una prueba de comprobación.
Después de todo, hay algo en la homeopatía; decidir cuánto, sería presunción mía; para poder hacerlo necesitaría tener una experiencia más grande con ella. Sin embargo, creo que puedo justamente afirmar esto: Que hay mucho en ella; que nosotros podemos aprender mucho de ella, y que ha cesado de ser atinado para la “escuela antigua” ignorarla o tratarla con desprecio.
Sobre todo, uno debería intentar penetrar en lo más profundo de la esencia de la ley de los semejantes, que no sólo pertenece al campo de la medicina. Quizás pueda aligerar la carga del investigador, cuando oiga que antes de Hahnemann los dos más grandes de nuestra profesión, Hipócrates, y después de un largo intervalo Paracelso, eran defensores del principio similia similibus curantur. Los detalles de esto pueden encontrarse en un librito por Hugo Schulz, titulada “Similia Similibus Curantur”.
El segundo punto que en mi opinión debería incorporarse, sin ninguna duda en nuestra farmacología, es la experimentación de las drogas en el organismo sano, de Hahnemann. Es el requisito indispensable para la aplicación práctica de la ley de los semejantes. El cuerpo sano se enferma por la acción de la droga y únicamente los síntomas que produce esta enfermedad medicamentosa indican el remedio. Finalmente la doctrina homeopática se resume en esta sentencia: Las enfermedades se curan con pequeñas dosis de una droga que, cuando se da en grandes dosis producen una enfermedad semejante en un individuo sano.
Estoy completamente enterado que se puede decir mucho contra esta experimentación en el sujeto sano en vista de que hay gran latitud (Nota: probablemente quiso decir laxitud) para la interpretación de los síntomas, mientras que en la experimentación animal, que de ningún modo debería descuidarse, es en muchas condiciones más precisa y digna de confianza. Pero la última tiene el gran defecto de que los síntomas subjetivos están completamente omitidos, aunque son de gran importancia. Además, no informa respecto a la acción de las pequeñas dosis que no impresionan de ningún modo al animal, de aquí que tienda a la investigación con drogas en grandes y a menudo dosis nocivas, en vez de las pequeñas, frecuentemente las únicas útiles. Todavía más nuestros medios de precisión son demasiados burdos para permitir el reconocimiento de los cambios más finos en el animal.
La importancia de los experimentos en médicos está particularmente bien ilustrada por experiencia en cirugía. Schleich experimentó en sí mismo con la anestesia de infiltración, Hoelcher con la anestesia en reacción cruzada y Braun experimentó su anestesia con la novocaína-adrenalina sobre sí mismo. Sin estas experimentaciones propias sus resultados hubiesen sido menos completos y más difíciles de obtener, pues era el caso de testificar la interpretación subjetiva de la percepción dolorosa.
La experimentación hecha por los médicos en sí mismos traspasa en su importancia el encargo de Hahnemann de permanecer dentro de la zona no dañosa de las drogas. Cuando introduje la anestesia espinal con cocaína, el único anestésico utilizable, comprobé considerables síntomas molestos que me desconcentraban pero que no pude interpretar correctamente por la observación en los demás. Por consiguiente, me fue practicada la anestesia espinal, me enfermé gravemente y entonces supe exactamente que esta manera de proceder era peligrosa e impracticable. En consecuencia de esto yo prevení contra ella. Mis colegas, sin embargo, especialmente los cirujanos franceses, cegados por la anestesia brillante, de gran intensidad, no entendieron mi advertencia y emplearon el método en miles de pacientes con el resultado de que muchos fueron lisiados y muchos casos fatales se presentaron. Después de estos resultados desastrosos llegaron a la misma conclusión a la que había yo llegado después de seis experimentos que siguieron a la experiencia en mí mismo. Como yo, buscaron ellos un substituto a la peligrosa cocaína.
Además, nuestra farmacología estima con exceso el experimento químico, que aplicado al cuerpo humano resulta demasiado burdo; niega la acción de pequeñas cantidades de remedio que no puede apreciar ni medir; un estado de la mente que Hufeland criticó hace cien años. Dice: “Hay un reactivo que es más delicado que el más delicado reactivo químico y ese es el reactivo inherente al organismo humano vivo”. Se refiere expresamente a la percepción sensitiva. Citando el almizcle, desafía a cualquiera que pruebe químicamente la existencia de pequeñas partículas de esta substancia en el aire de una pieza, mientras que los nervios olfatorios del hombre pueden todavía sentir su presencia de una manera muy fuerte. El ejemplo de Hufeland fue a menudo citado en los últimos tiempos, y E. Fischer y Penzodt lo hicieron materia de una investigación científica. Descubrieron que cuatrocientos sesenta millonésimos de un miligramo de Merkaptan, basta para producir sensación olfativa. Al mismo tiempo deberemos tener en consideración que la nariz del hombre es un órgano extraordinariamente embotado y atrofiado comparado con el de muchos animales, p. ej. el perro. ¡Qué incomprensibles partículas pequeñas pueden bastar para producir la sensación del olfato en el último!
Aparte de esto, perfectamente defendible, tenemos el contraria contraris curantur, de Galeno. Este es el medio con que combatimos las epidemias; y también el que rige la intervención quirúrgica, incluyendo la asepsia y antisepsia quirúrgicas. Pero a cada paso nos cercioramos que aun en cirugía estas medidas no bastan. ¿Qué haríamos si la naturaleza no curara nuestras heridas? La dilatación mecánica sola no remueve la estrechez cicatricial, sino que es necesario primero, suavizar la cicatriz con la introducción de instrumentos y la consiguiente inflamación, para que dicha dilatación sea posible. Aun en estas ramas de la medicina hay algo de homeopatía o isopatía, como John Hunter ha expresado tan concienzudamente: La causa que cura una herida, es la herida, o como dijo Pflueger: La causa del daño es al mismo tiempo la causa de la eliminación del daño.
Por la misma razón Hipócrates realizó el hecho más grande en medicina cuando dijo: Las enfermedades son curadas por la naturaleza (Physis). No solamente hace que el cuerpo sufra la enfermedad, sino la elimina por su propia actividad. Por lo tanto, la curación es un proceso fisiológico. El médico deberá dejar que el proceso natural curativo tome su curso completo y no estorbarlo de ningún modo. Pero por otra parte deberá sostenerlo y ayudarlo cuando sus fuerzas estén decayendo; en otras palabras, deberá ser el servidor de la naturaleza. Esta actitud del médico, fue después, todavía más intensamente recalcada por Paracelso.
No obstante una antigüedad de 2000 años este fragmento de sabiduría hipocrática, aunque a menudo citado, no ha sido entendido sino por pocos en toda su humilde grandeza que excede en mucho a todos los otros sucesos mayores en medicina, incluyendo la antisepsia y asepsia, la lucha contra las epidemias, los grandes sistemas de enseñanza médica, entre los cuales la patología celular de Virchow se clasifica como de los más importantes y afortunados.
Es lástima que ahora la tendencia exagerada del médico hacia la especialización, militase contra la aceptación de tal punto de vista general. En nuestra clínica se ha demostrado que puede serlo prácticamente corroborado. Además de su abundancia de material quirúrgico, puede decirse que es el más grande de los llamados “institutos naturópatas” que existen (Además de nuestras 250 camas en Hohnlychen para la terapéutica de luz y aire, tenemos también en Berlín una posesión con 300, en donde los pacientes son tratados con aire, luz, agua y ejercicios. En nuestra policlínica Klapp trata un promedio de 270 niños inválidos y Kohlrauch trata ortopédicamente y con ejercicios físicos a otros numerosos adultos y niños). Debemos añadir que no despreciamos la terapéutica medicamentosa.
Estoy enterado que con estas disertaciones estoy provocando cisco o pendencia. Pero pido a mis colegas que, antes de reprender al infame traidor de la ciencia, experimenten los dos remedios homeopáticos, sulphur para la estafilomicosis de la piel y éter para la bronquitis. Si – yo no lo dudo – llegan a la conclusión que son de valor, entonces podemos en lo sucesivo discutir la situación, y presentaremos otras experiencias y remedios.
Ahora bien, si estamos obligados a conceder que hay algo de provecho en la homeopatía, y si muchos médicos homeópatas razonables asimismo dan a la alopatía sus derechos, ¿por qué toda esta disputa? Yo sé que entre los principales médicos homeópatas hay mucha inclinación para obrar así. Varios lo han declarado en esta forma en los periódicos y algunos me han escrito esperando de mi mejor comprensión para sus ideas, indicando su deseo por la paz. Debo añadir que me han dado la impresión de gentes de elevada inteligencia é idéntico tipo social.
Puedo anticipar las objeciones que nazcan del campo alopático, a saber:
1ª – La medicina científica, permitid que la llamemos alopatía, para fines de discusión, ha sido muy gravemente insultada y deprimida por la homeopatía. Eso es cierto. El mismo Hahnemann estableció un ejemplo muy malo. Aun el excelente Hufeland, que de ninguna manera rechazaba la homeopatía y que puso su “Journal of Practical Therapy” a disposición de Hahnemann para que publicara en él sus escritos, no fue exceptuado, porque, Hufeland no estaba de acuerdo con él en todos los puntos. Del espléndido farmacólogo Gren ha dicho esto: “El alquimista Gren, que no entiende nada de terapéutica” porque el último sostenía que un remedio dependía de un conocimiento de la química. Fue Hahnemann quien estigmatizó la medicina de su tiempo como alopatía, ó un pseudo arte, separado de la homeopatía por un abismo infranqueable; semejantes expresiones se repiten en sus escritos frecuentemente. La exposición más extravagante se hace en su folleto: “Alopatía, una palabra de advertencia a los enfermos de toda clase”. En él ataca a la contemporánea “antigua escuela de medicina”, de una manera inaudita, acusándola de hacer enfermos y achacosos a los individuos, previniendo a los laicos contra este pseudo-arte y recomendando el único método curativo, la homeopatía.
2ª – Un obstáculo mayor para la conciliación, no obstante, es el gran ejército de verdaderos embaucadores, charlatanes e incompetentes en los círculos médicos y laicos, que están colgados o adheridos a la homeopatía con gran disgusto de los médicos homeópatas honrados y científicamente entrenados. Pero esto no sería un obstáculo real, pues tan pronto como lo bueno que existe en la homeopatía sea reconocido por la “antigua escuela”, cesará de ser un estímulo para el charlatán que la explota con el anuncio. Golscheider una vez hizo notar que la medicina científica es ella misma responsable del charlatanismo, por despreciar buenos métodos de curación. Yo añado, como lo he expresado entes: Es una lástima y contra toda razón, el que los doctores dejen de reconocer lo bueno que algunos de sus colegas han producido y practicado, permitiendo así que caiga en manos de los charlatanes. Hahnemann a despecho de su exclusivismo homeopático, fue un médico muy eminente y especialmente muy práctico. Como dietético e higienista se adelantó a su época. Como tal dio instrucciones excelentes, que son ejemplares hasta hoy, referentes a profilaxis y desinfección en enfermedades contagiosas, manera de vivir, ventilación, lactancia, puericultura, cuidados puerperales y de la infancia (defendía la alimentación con los senos), higiene civil y de las cárceles. Con Pinel y Reil perteneció a los reformadores en psiquiatría y él mismo fundó en Georgenthal, un pequeño asilo de locos.
Habituaba a sus pacientes permitiéndoles andar descalzos y sin sombrero; usó la hidroterapia, llamando a estas cosas coadyuvantes valiosos de los procedimientos homeopáticos.
Como he mencionado antes reconocía la vacunación y dio sus derechos a la cirugía. Historiaba cuidadosamente las enfermedades y daba énfasis especial a la historia detallada y antigua de los enfermos.
Es bien sabido que fue un excelente químico.
Mi opinión es: Si llegamos a una inteligencia con los homeópatas científicos, si toleramos a los fanáticos honrados entre sus filas, entonces la homeopatía estará en posibilidad de libertarse del cortejo censurable de charlatanes que la rodean.
Sobre todo, soy de opinión que nadie debería juzgar la homeopatía sin antes experimentar los remedios homeopáticos, y sin haberse familiarizado, por medio de la lectura, con la teoría homeopática. Advierto al que quiera hacer lo último que no empiece con los escritos de Hahnemann. He estudiado sus grandes obras, el llamado catecismo de la homeopatía, el “Organón del arte de curar”, “Materia Médica Pura” (6 partes) y “Enfermedades Crónicas, su naturaleza peculiar y curación homeopática”.
Puedo asegurar que, conforme a la inclinación y punto de vista en que el lector se coloque, podrá encontrar en ellas o la sabiduría más grande o la más grande extravagancia.
Una de las razones es que Hahnemann como muchos de los modernos que alcanzan una edad madura, gradualmente altera su opinión a medida que pasa el tiempo y con frecuencia se contradice así mismo. A despecho de mi mejor intención de ajustarme a su época y opinión, no puedo seguirlo en algunos casos, especialmente en su teoría de la psora que desarrolla en su obra, “enfermedades crónicas”.
Añádase a esto el hecho de que el médico moderno está ayuno de conocimientos de historia y desconoce la tradición, y por consiguiente encuentra dificultad en compenetrarse del espíritu y del lenguaje de tiempos pasados, de aquí que no lo entienda.
Por consiguiente, aconsejo a mis colegas, que antes de leer los escritos de Hahnemann, estudien los siguientes:
1.- La excelente obra en dos volúmenes, por Háehl: “Samuel Hahnemann, su vida y sus obras”. Es extraordinariamente completa y compilada con vehemente cuidado y diligencia infinita. Aunque Haehl, como homeópata convencido naturalmente permite que su héroe brille de la manera más notable, no obstante, trata todos los asuntos estrictamente. El libro me ha sido de gran provecho.
2.- A lo menos algunas obras de Hugo Schulz, y principalmente el resumen de sus enseñanzas, en su ensayo “Farmaco-Terapia”, y “Similia similibus curantur”. Aquí tenemos una exposición de las ideas de Schulz. Quienquiera que desee ulteriores explicaciones, debería leer también “el tratamiento de la difteria con el cianuro de mercurio”. Después de semejante preparación el lector entenderá a Hahnemann y evitará el error de descuidar y no estimar en lo que valen, lo bueno y lo grande de sus enseñanzas, por razón de su falta de preparación.
Como libros de consulta recomiendo el “Manual de Farmacología Homeopática”. por Heinigke. Como compendio es de aconsejarse el “Catecismo de Farmacología Pura” por Dewey.
Aunque no quedase nada de la Homeopatía, más que la ley de los semejantes y ésta no con el significado hahnemaniano, como “una ley eterna de la naturaleza”, sino más bien como un punto de vista excepcionalmente importante y útil, quedaría todavía mucho. Pero queda mucho más de eso.
Termino con las memorables palabras de Virchow:
“No importa si uno trata de progresar en la investigación anatómica de la enfermedad, otro en la observación clínica, un tercero en la patológica y un cuarto en la experimentación terapéutica; u otro en física y química y todavía otro en las investigaciones históricas. La ciencia es bastante grande para conceder lugar a todos estos esfuerzos, con tal que no pretendan ser exclusivos, con tal que no traspasen sus límites, con tal que no pregonen que lo realizan todo. Promesas extravagantes siempre han resultado en perjuicio, pretensiones exageradas siempre dañan, excesiva estimación de sí mismo siempre ha ofendido, o bien ha hecho de sí mismo un hazmerreír”.
han resultado en perjuicio, pretensiones exageradas siempre dañan, excesiva estimación de sí mismo siempre ha ofendido, o bien ha hecho de sí mismo un hazmerreír”.
Según mi criterio la ciencia médica debería tener lugar para la homeopatía, en ese caso debemos por supuesto, igualmente esperar de los médicos homeópatas que acepten o se suscriban a la segunda mitad de las sentencias de Virchow, que muchos de ellos dejan de cumplir. Artículo tomado de “The Homeopathic Recorder” Dic. 15, 1925.
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Mucho se podría agregar a lo dicho por el Profesor Bier en abono y ventajas de la Homeopatía sobre las demás escuelas médicas, pero se sale del objeto propuesto toda nueva argumentación de nuestra parte; no teniendo, al menos para el público, el mismo valor por buena y científica que fuera, que los argumentos espigados en los campos contrarios.
Dos ejemplos: El Profesor Abrams de California, llevado por sus descubrimientos, llegó por otros caminos á las mismas dos conclusiones que el Dr. Bier cuando dijo en sus “News Concepts” “La Doctrina hahemaniana de la atenuación no es un mito. Puede ser demostrado por medio del Biodinamómetro y de los reflejos que la subdivisión de los medicamentos por vía mecánica ó por disolución aumenta su poder radioactivo. También resulta de lo que hemos dicho, que la ley de los semejantes similia similibus curantur, es una verdad. Las potencias dinámicas de los medicamentos son idénticas a lo que he llamado homeovibraciones, y las drogas de vibraciones desemejantes (hetero-vibraciones) no tienen ningún valor medicamentoso”.
El Profesor Huchard, catedrático de Terapéutica de la Facultad de Medicina de París, en estos últimos años, decía a sus alumnos en una memorable lección en el anfiteatro del Hospital Laennec, que fue publicada por Le Journal des Praticiens, página 738: - ¡La terapéutica de ayer, señores, es la que conoceis, con sus incertidumbres e incoherencias, y que debeis abandonar; en tanto que la de hoy es la Homeopatía! ¡Es preciso saber aceptar la verdad que requiere a menudo mucho tiempo para someter los espíritus, lo verdadero, no siendo jamás victorioso desde que se muestra!”
Declaraciones de este género, son categóricas y seguramente pesarán en el ánimo de las gentes cultas para tratar de investigar lo que hay de verdad en una Terapéutica nueva, que se presenta al mundo con todos los caracteres de la verdadera ciencia.
Dr. José S. Gutiérrez, Washington Nº 144
Dr. Luis Alfonso Berganzo, Madero Nº 80
Dr. Carlos Montfort, Cuauhtémoc Nº 144
Dr. Enrique Montfort Policlínica de Niños
Dr. Guillermo Montfort L. Valle 27 B.
Datos destacados del Dr. Bier
Nombre completo: Dr. August Karl Gustav Bier.
Nacimiento: 24 de noviembre de 1861 en Helsen, Waldeck, Alemania.
Fallecimiento: 12 de marzo de 1949 en Sauen, Brandenburg.
Pionero de la anestesia espinal y de la anestesia regional, cirujano y profesor de
Medicina en Greifswald, Bonn y por último en Berlín.
Citas célebres del Dr. Bier: “Los científicos médicos son gente agradable, pero usted no debería permitir que ellos lo traten”
“Una madre inteligente hace a menudo un diagnóstico mejor que un mal médico”
Resumen del artículo, elaborado por el Dr. Jesús Pedro Rodríguez Echavarría 14 de marzo del 2012